Visitar la planta de reciclaje del predio más grande del Parque Industrial Avellaneda es toda una aventura: en sus 22 mil metros cuadrados las maquinarias que pueblan los galpones ofrecen un espectáculo sincronizado. Líneas de producción largas y sinuosas en las que se suceden instancias variadas: frío, calor, agua, trabajo manual, mecanismos automatizados y hasta computadoras de avanzada conviven para darle forma a una de las fábricas de reconversión de envases de plástico en materia prima más grandes del país. Allí, los fardos de botellas de PET forman calles y avenidas que no figuran en ningún GPS, pero a través de las cuales transitan camiones, grúas y más de 160 personas por día. Uno de ellos es Sergio Martín, que conoce cada tramo como si fuera el barrio de su casa. Se entiende: trabaja en Reciclar S.A. desde hace 35 años y en la última década, además, es su director.
“Empecé a los 22 y pasé por todos los roles: cargué camiones, hice mandados administrativos y hasta salí a juntar envases con una camioneta”, relata Sergio, que reconoce que jamás había imaginado que el reciclaje terminaría siendo una parte tan importante de su vida: “Había empezado a estudiar Economía, me imaginaba siendo contador o con una profesión similar. Honestamente, no conocía nada sobre el tema. Pero así son las vueltas de la vida”, reflexiona mientras acompaña a Journey en una recorrida por el lugar.
Igual que la de Sergio, la de Reciclar S.A. es una historia de sorpresas: originalmente bautizada Depósito Guadalupe, nació hace medio siglo como una compañía que compraba botellas de vidrio a los recolectores callejeros, las lavaba y luego las revendía a las embotelladoras. La tendencia de la industria de cambiar a envases de plástico fue advertida rápidamente por Marcelino Casella, fundador de la firma (hoy retirado de la actividad), que terminó volviéndose un pionero en la materia: a base de prueba y error, en 1996 picó en punta y, según cuenta Sergio, construyó la primera línea de producción para el tratamiento y reciclaje de PET del país.
Los primeros pasos en este nuevo camino los dieron a través de la compra del material a la embotelladora FEMSA, para luego exportarlo molido a China. Pero los números no cerraban. Así fue que Coca-Cola de Argentina, atenta al impacto de la iniciativa, decidió financiar esa diferencia para que la actividad se volviera rentable. Con el tiempo comenzó a ganar competitividad en el exterior y registrar un crecimiento exponencial para convertirse en el gigante que es hoy: de las 100 toneladas de botellas de plástico que compraban por mes en sus inicios, pasaron a recibir unas 2.000 toneladas, algo así como 50 millones de envases.
Con ese volumen de materia prima hacen escamas y pellets (pequeñas bolitas de plástico) que luego venden a empresas nacionales e internacionales para la producción de láminas, botellas y fibras textiles, entre otros usos. Y así como en sus inicios se dedicaban exclusivamente a la molienda de envases que conseguían directamente de la embotelladora, lo cierto es que con el paso del tiempo ese origen comenzó a ser minoritario, al punto que el 95% del material con el que trabajan ahora proviene de la basura y no de la industria. Se trata, entonces, de desechos que de otro modo irían a parar a un relleno sanitario. “Son 24 mil toneladas de residuos por año que no se entierran, que se transforman en trabajo para cientos de personas y que generan recursos para el país. Y eso es muy interesante”, completa Sergio.
Según el Director de Reciclar S.A., en el último año la conciencia en la sociedad sobre el cuidado del ambiente cambió radicalmente, lo que también modificó la percepción general sobre emprendimientos como este. “Nos sentimos reconocidos. Hasta hace poco la sensación era que teníamos que ingresar nuestra materia prima por la puerta de atrás. Lo que pasa hoy está bueno, y queremos que la gente entienda que acá estamos haciendo algo que tiene un valor que va más allá de lo económico y que nos enorgullece”.
Un museo interactivo del plástico
Como parte de esa necesidad nació también una propuesta muy particular dentro de la fábrica: en uno de los pocos rincones donde no se escucha el ruido de las máquinas trabajando funciona un espacio cultural, un sector donde el plástico no se convierte en escamas sino en obras de arte. Está a cargo de Mónica Casella, hija de Marcelino y hoy la otra pata directiva de la firma, pero también artista plástica y firme creyente de que el efecto visual puede hacer la diferencia también a la hora de que se recicle más.
“Quisimos pensar una manera de comunicar nuestro mensaje desde otro lado, dar un pasito más. Y me parece que la expresión artística es el medio para llegar a la gente”, asegura Mónica, rodeada por una enorme ola realizada con botellas de PET y junto a una selva de sunchos o flejes, cintas plásticas que se utilizan para el amarre de objetos o embalaje de paquetes. La experiencia, inicialmente pensada para los hijos de los empleados hoy está abierta también a visitas escolares y se complementa con talleres y charlas relacionadas con el cuidado del ambiente. El valor de la entrada es simbólico: hay que llevar un plástico reciclable.
La búsqueda constante es una seña particular de la empresa. Por eso no sorprende que hayan invertido en tecnología para reciclar también las etiquetas y las tapitas de las botellas, elementos que hasta hace poco tiempo terminaban en la basura. Dos años atrás también comenzaron a producir flejes a partir de la propia materia prima que sale de la fábrica. ¿Qué le depara el futuro? Sergio es optimista, aunque sabe que no hay que relajarse: “Hoy tenemos una industria que demanda esta materia prima y nosotros debemos estar a la altura. Pero para eso tenemos que aumentar la recolección, tenemos que comprar más máquinas. Tenemos que seguir creciendo”, se entusiasma.
FUENTE: Coca Cola Journey – 13 agosto 2019