Complicado tanto en el frente interno como en el externo, el sector de la industria plástica no está en su mejor momento. Y un dato lo demuestra en forma contundente: en los últimos dos años y medio se perdieron unos 2000 puestos de trabajo, aproximadamente un 3% de la plantilla total, que el año pasado se calculaba cercana a los 54.500 empleados.
Ese número, aportado a LA NACION por la Cámara Argentina de la Industria Plástica (CAIP), está vinculado con otros, que reflejan cómo le va a este segmento en cuanto a una variable que no da bien para la economía en general: el consumo estaba, en 2015, en 45 kilos por habitante. Un año después, bajó a 40,9 kilos. Y en 2017 recuperó un poco hasta llegar a los 41,9 kilos.
El packaging, que representa la rama de mayor producción dentro de la actividad, con un 45,5% del peso total, «ha caído notablemente», según detalla Antonio Paolini, presidente de la cámara sectorial. «La apertura económica hace que entre mucho material y producto terminado desde el exterior, pero también hubo una caída por la demanda de la producción nacional, especialmente en el sector de alimentos», detalla.
Los números en rojo del consumo no solamente achicaron la demanda, sino también el envase que sí se consumió. «Los fabricantes de alimentos, para mantener su competitividad, pasan de packaging más rígido a flexible, lo que significa menos plástico», dice Paolini.
Las otras ramas de mayor peso son la construcción (13%), la eléctrica y electrónica (10%) y la automotriz (8%). El primer caso es una de las pocas a las que les fue bien en estos dos años, indica Paoloni, mientras que en la venta de automóviles, si bien hubo un crecimiento, la gran mayoría se fabricó con material importado, detalla el presidente de la CAIP.
Paolini admite la existencia de fricciones en la cadena productiva. Explica que las compañías del rubro de plásticos no son formadoras de precio, pero que sin embargo compran materia prima dolarizada -hidrocarburos- a multinacionales que se comportan como «oligopolios».
El Mercosur, además, tiene un problema coyuntural, según detalla el directivo: «Tenemos una barrera arancelaria para las materias primas que está en el 14%. Entiendo que está muy bien proteger a una industria, la petroquímica, pero ¿cómo quedamos los transformadores?».
El ejecutivo también se queja de las altas tasas de interés, que afectaron a la industria porque «hoy todas las empresas del sector buscan consumir sus inventarios y no reponer».
En enero de 2017, la ciudad de Buenos Aires prohibió la entrega de bolsas plásticas en las líneas de cajas de los supermercados. Por ese entonces, la CAIP calculó que la decisión generó pérdidas económicas por un monto que ronda los $150 millones en las casi 120 compañías que forman la cámara, que en su mayoría son pymes (el 70% tiene de uno a diez empleados).
Cuando se decidió la prohibición, desde el gobierno porteño se afirmó que en la Capital Federal se gastaban 500 millones de bolsas por año, que llegaban a los ríos y causaban daño en la flora y la fauna, y también a los sumideros, lo cual era un riesgo para las inundaciones.
Mientras tanto, la reducción en el espesor de algunos envases es una tendencia que también responde a la «onda verde», algo que obligó al sector a aggiornarse y a buscar alternativas como polímeros biodegradables provenientes de los vegetales que se usan de manera incipiente en la Argentina.
Para Jorge Acevedo, gerente general del Instituto Argentino del Envase (IAE), «no siempre se toman las políticas correctas» con respecto a los plásticos. «Se instaló que es un material malo, pero el problema, en realidad, es su disposición final; hace falta educar para que los artículos se puedan reutilizar en otros compuestos», sostiene el directivo.
En la misma dirección donde se encuentra la CAIP también funciona CAIRPLAS, la Cámara Argentina de la Industria de Reciclados Plásticos. Las empresas que la componen emplean a más de 2000 personas y solamente recuperan el 11% del consumo aparente de plásticos (200.000 toneladas recicladas de 1,7 millones de toneladas totales, según los datos que manejan).
El director ejecutivo de esta cámara, José Luis Picone, admite que queda mucho por hacer, pero que en la Argentina el reciclado estuvo retrasado porque, cuando el precio del barril del petróleo por debajo de los US$40, convenía más importar y producir que reciclar lo que ya estaba en circulación.
«Hoy el precio del petróleo creció y la devaluación ayuda a darle aire a la industria recicladora. Al fin y al cabo, si bien hubo momentos en los que no convino económicamente, algo que no se tiene en cuenta son las externalidades, las consecuencias de las decisiones que tomamos», sigue Picone.
En ese sentido, ejemplifica con la decisión de un intendente municipal que considera que reciclar plástico es demasiado caro, «pero en realidad no ve que está ahorrando energía, reduciendo importaciones y emisiones de gases de efecto invernadero».
Los números también dan en rojo en la balanza comercial. La importación pasó de casi 198.000 toneladas en 2015 a 227.000 toneladas en 2017 (un crecimiento de 15%). En el mismo período, las exportaciones cayeron de casi 92.000 toneladas en 2015 a casi 83.000 toneladas en 2017, lo cual implica un retroceso de un 9,8%.
Los costos internos y algunas complicaciones para importar bienes de capital y avanzar más rápidamente en lo tecnológico dificultaron el panorama para la exportación de plástico.
Las oportunidades para vender al exterior que tienen las empresas fabriles del rubro plástico están principalmente en la rama del packaging, según coinciden los especialistas. Los envíos al exterior casi siempre son como contenedores de otros productos, pero también hay posibilidades para las bobinas de envases flexibles.
En cuanto a los envases rígidos, son productos que casi no se exportan porque la operación no es rentable por los costos logísticos: ocupan demasiado espacio con aire, sin un producto con valor agregado. «La devaluación nos ayuda a que el valor del plástico en bobina para envases flexibles resulte más competitivo, sobre todo en la región de América Latina», detalla Acevedo.
Por: Sofía Terrile